miércoles, mayo 19, 2004

La otra revolución

"Ojalá vivas tiempos interesantes"

- Vieja maldición china

Me ha tocado la fortuna vivir en un momento crucial de nuestra humanidad. Nunca antes el ser humano se había visto tan abrumado de tecnología, conocimientos y revoluciones de tan grandes escalas como las de nuestro tiempo. Frente a nosotros, y casi sin que nos demos cuenta, se están desarrollando dos revoluciones que cambiarán de manera radical nuestra forma de actuar, pensar y vivir: la primera ya es lugar común en nuestras vidas, tanto, que algunos pensamos, ¡Cómo era posible vivir sin ella antes! Se trata de la Internet. Su magia y las posibilidades que encierra aún no ha sido posible valorarlas en toda su dimensión. ¿Cómo hacerlo si incluso cada día parece que se renovara y tuviera matices diferentes? De este tema hablé ya en otro artículo.

En esta ocasión, quisiera dedicar unas palabras a la otra gran revolución. Se trata de una revolución más "callada", una ante la cual la mayoría de seres humanos ni siquiera se han percatado que existe. Quizás por su índole más científica. Nos hemos acostumbrado tanto a los descubrimientos de nuestra ciencia que este parece ser simplemente otro más. Sin embargo, las repercusiones de esta otra revolución serán quizás más profundos que los de la misma internet, porque tocan nuestro más íntimo secreto, nuestro propio ser. Esta otra revolución pretende responder nuestra más vieja incógnita: ¿Qué somos?

La ingeniería biogenética se ha anotado el punto más alto en conocimientos de nuestra humanidad. Ha logrado, gracias a la colaboración de miles de científicos de todo el mundo, descifrar completamente el genoma humano. Su contenido se encuentra ahora registrado y distribuido por internet para todos aquellos que quieran leerlo. Ahora se pueden bajar de internet las instrucciones casi completas de cómo construír y hacer funcionar un ser humano.

Y la revolución ha sido veloz. Ha sido una carrera espeluznante en pro del bien público. Una historia poco conocida pero interesante. Dos bandos se disputaban el galardón del genoma humano. Por un lado, los científicos que integraban el Proyecto Genoma Humano y estaban apoyados con fondos públicos del gobierno de Estados Unidos. En 1998 este proyecto predecía que aún tardarían siete años para leer el código completo y en ese entonces apenas habían alcanzado a leer el diez por ciento.

En la otra esquina se encontraba un científico brillante, Craig Venter, que trabajaba para el sector privado. De un momento a otro anunció que finalizaría el trabajo para el año 2001 y por una pequeña porción del coste: menos de doscientos millones de dólares.

No se trataba de un fanfarrón. Venter ya había realizado antes este tipo de amenazas y tenía la costumbre de cumplirlas. En 1991 había descubierto una forma de descubrir genes humanos cuando todos decían que era imposible. En 1995 le hizo una propuesta al gobierno para que le subvencionaran una investigación para cartografiar el genoma de una bacteria utilizando una nueva técnica conocida como "shotgun" que rompe el genoma en miles de fragmentos y luego determina la secuencia exacta de las "letras". El gobierno respondió que eso no funcionaría jamás. Para cuando llegó la notificación, Venter ya lo había logrado.

De modo que sería absurdo apostar contra Venter otra vez. Y se inició la carrera. Si Venter ganaba, la licencia de uso de toda esta tecnología iba a ser propiedad privada. Así que el proyecto público se refinanció y se pusieron objetivos más acuciantes: para el 2000 deberían tener ya un borrador. Venter se colocó la misma meta. Y perdió.

El 26 de junio de 2000, el presidente Bill Clinton anunció que se tenía el primer borrador completo del genoma humano. Un hito histórico y sorprendente de la humanidad: la primera vez en la historia del planeta que una especie ha leido su propia receta.

Y es que el genoma humano no es más que un manual de instrucciones para construir y hacer funcionar un ser humano. En su interior se ocultan miles de genes y millones de otras secuencias que constituyen un tesoro de secretos filosóficos.

Y arrancaron los debates inacabables. Nadie podía haber previsto la espectacular invasión del debate genético en los medios de comunicación. Con toda esta polémica sobre organismos alterados genéticamente, las especulaciones acerca de la clonación y la ingeniería genética en aumento, la gente reclama el derecho a ser oída. Con bastante razón no quieren dejar estas decisiones en manos de los expertos.

Sin embargo, soy optimista. Creo que el conocimiento es una bendición y no una maldición. En mi opinión, comprender la naturaleza molecular del cáncer, diagnosticar y prevenir la enfermedad de Alzheimer, descubrir los secretos de la historia humana o reconstruir los organismos que poblaron los mares precámbricos son inmensas bendiciones. Es cierto que la genética también conlleva la amenaza de nuevos peligros -primas de seguros desiguales, nuevas formas de guerra microbiana, efectos secundarios imprevistos en la ingeniería genética-, pero la mayoría de ellos, o bien se resuelven fácilmente o son sumamente inverosímiles. De modo que no puedo suscribirme al pesimismo en boga de la ciencia. No puedo entusiasmarme con un mundo que vuelve la espalda a la ciencia abrazando como tabla de salvación a su propia ignorancia.

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